🐕 Luna
La tarde comenzó como cualquier otra. El sol brillaba, el parque estaba lleno de risas y juegos, y Luna, nuestra perrita de un año, corría feliz entre los niños persiguiendo una pelota que le lanzábamos. Su energía era contagiosa, y verla disfrutar de la libertad nos llenaba el corazón de alegría.
Pero de repente, un estruendo rompió la calma: un grupo de ciclistas pasó a gran velocidad, y Luna, asustada, salió corriendo sin rumbo, desapareciendo entre los árboles.
El caos se apoderó del momento. Gritamos su nombre, pero el ruido del parque nos envolvía sin señal de ella. Buscamos por todos lados, preguntamos a otros visitantes, pero nadie había visto a nuestra pequeña.
Los días que siguieron fueron los más largos de nuestras vidas. Colgamos carteles con su foto por todo el vecindario y compartimos su desaparición en redes sociales. Cada vez que sonaba el teléfono, sentíamos un destello de esperanza que se desvanecía al escuchar que no era ella. La casa estaba silenciosa; la cama de Luna permanecía vacía, oliendo a añoranza.
Una semana después, recibimos una llamada. Una mujer que caminaba por un parque cercano había encontrado a Luna. Llevaba una chapita identificadora con un código QR. La mujer escaneó el código y, al ver nuestra información, nos contactó de inmediato.
Cuando llegamos, el corazón latía con fuerza. La mujer sostenía a Luna en sus brazos, y ella, al vernos, movió la cola con una alegría que no se podía contener. Me agaché y, en un instante, Luna estaba en mis brazos, llenando nuestro mundo de nuevo con su energía y amor.
El reencuentro fue un regalo que nunca olvidaremos. Esa experiencia nos enseñó la importancia de la precaución y la conexión que tenemos con nuestros animales. Nunca dejaremos de cuidar a nuestra perrita, porque ahora sabemos que el amor puede superar incluso la angustia más profunda. Al final, nuestra familia estaba completa de nuevo, y Luna nos recordaba el valor de cada momento juntos.